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La economía creativa, ¿instrumento para el desarrollo local y la innovación territorial?

Por Antonio Martínez Puche

Publicado por jtormo
lunes, 04 de septiembre de 2017 a las 08:46

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Antonio Martínez Puche

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Red de casas

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El término “economía creativa” fue popularizado en 2001 por el escritor y gestor de medios de comunicación británico John Howkins, que lo aplicó a 15 industrias que iban desde las artes hasta la ciencia y la tecnología. Según los cálculos de Howkins, en el año 2000 la economía creativa tenía un valor de 2.2 billones de dólares a nivel mundial y crecía a un ritmo del 5% anual. La noción era, y sigue siendo, muy amplia, porque no sólo abarca bienes y servicios culturales, sino también juguetes y juegos, así como todo el ámbito de “investigación y desarrollo” (I+D). Por tanto, aún cuando reconozca las actividades y los procesos culturales como el núcleo de una nueva y poderosa economía, también se ocupa de manifestaciones creativas en ámbitos que no serían contemplados como “culturales”. Este uso también tiene su origen en la asociación que se comenzó a hacer entre creatividad, desarrollo económico urbano y planificación de la ciudad. Así, recibió un primer impulso muy significativo a través del importante trabajo llevado a cabo por el consultor británico Charles Landry sobre la “ciudad creativa”. Un segundo y sumamente influyente impulso a nivel internacional fue el trabajo de Richard Florida (2009), teórico norteamericano de estudios urbanos que reflexionó sobre la “clase creativa” que las ciudades necesitaban atraer con el fin de garantizar un desarrollo exitoso. En este contexto, planteaba la necesidad de reforzar aspectos como la formación y el talento local, así como la materia prima de la futura revolución del conocimiento, entendida como fuente de desarrollo.

Desde la Geografía Humana, autores como Ricardo Méndez o Inmaculada Caravaca (2012) han aplicado el concepto en ciudades españolas para ver sus efectos reales, sus oportunidades y quizás frustradas expectativas si no se utiliza de forma adecuada. En efecto, las áreas urbanas de la Unión Europea se enfrentan al reto de elevar su capacidad competitiva y su sostenibilidad para hacer frente a las consecuencias derivadas de la crisis económica y, a más largo plazo, del efecto combinado que suponen la globalización de los mercados y el proceso de integración regional. Cobra así creciente importancia la identificación de actividades estratégicas, resistentes a la deslocalización y adaptadas tanto a su trayectoria como a la disponibilidad de recursos específicos para lograr una mejor inserción en la llamada economía del conocimiento. En ese contexto aumenta el interés que suscitan las actividades integradas en la denominada economía creativa, debido a una serie de factores que se refuerzan mutuamente. En una primera parte, aceptar el concepto de economía del conocimiento como aquella que se libera del sesgo tecnológico asociado a la idea de la sociedad de la información, para incluir las actividades asociadas a la cultura, de un alto contenido simbólico y donde los recursos intangibles son pieza esencial para generar valor añadido. Por otra parte, entendiendo la creatividad como capacidad de aportar respuestas nuevas y más eficaces frente a los retos a que se enfrentan individuos, sociedades o territorios, convirtiendo su uso en un concepto cada vez más frecuente en la bibliografía internacional de los últimos años. El interés que suscita la referencia a las industrias creativas, la clase creativa o la ciudad creativa ha multiplicado la bibliografía científica dedicada a estas cuestiones, pese a las frecuentes imprecisiones que acompañan la traslación del concepto al ámbito de los estudios sobre desarrollo territorial.

Más allá de la difusión y delimitación del concepto, Ricardo Méndez et alii (2012), señalan que la importancia relativa de las industrias creativas como generadoras de empleo es aún muy modesta. Los datos de Eurostat correspondientes a 2009 situaban su presencia en torno al 4,4% del empleo total dentro de la Unión Europea, lo que elevaba su participación respecto a estudios anteriores con datos de mediados de la década pasada (KEA, 2006; Power & Nielsen, 2010). En ese contexto, España ocupaba una posición intermedia, ligeramente por debajo del promedio (3,8% del empleo total), que no ha cambiado en exceso, y a mayor distancia de quienes siguen ocupando las primeras posiciones (Finlandia: 6,2%; Suecia: 5,9%; Dinamarca: 5,7%), en un nivel similar al de otros países mediterráneos y claramente por encima de los países orientales. Por tanto, en la actual economía del conocimiento, las industrias culturales y creativas (ICC) son un sector estratégico por su potencial para crear empleo, innovar, reaccionar rápidamente a las necesidades del mercado, movilizar inversión y estimular la economía. Como explica el investigador Pau Rausell Köster (2014), año tras año se suman estudios que apoyan como evidencia empírica la relación causa-efecto entre la riqueza de los países y la potencia e impacto de sus industrias culturales y creativas. En este sentido, la Comisión Europea sigue cifrando la contribución de las ICC a la producción y el empleo en un 4,2% del PIB del conjunto de la UE y les atribuye más de 7 millones de puestos de trabajo, un 3,3% del total del empleo europeo, según se indica en el Plan de Fomento de las Industrias Culturales y Creativas 2016. En este sentido, se cifra la contribución de las ICC en España como responsables del 3,5% del PIB. Un 3,5% del total de las empresas del país se enmarcan en las ICC (107.922 empresas), de las cuales el 9,4 % están ubicadas en la Comunitat Valenciana, que es la cuarta comunidad autónoma en número de ICC por detrás de Madrid (22,4%), Cataluña (20,2%) y Andalucía (12,7%).

En un momento en que los destinos urbanos, deben competir, ofreciendo a sus visitantes propuestas cada vez más singulares, las experiencias vinculadas a industrias creativas, pueden encontrar su oportunidad en el contexto del turismo cultural y creativo. El turismo creativo, según Richards (1998), tiene por objeto estudiar la evolución de esta nueva tendencia que está relacionada con la experiencia y las vivencias, con el lugar y sus habitantes, que también se une al subconjunto de “economía creativa o naranja”. Esta modalidad turística, como nueva tendencia que combina diferentes formas de cultura, supera la antigua división entre “alta” cultura tradicional (como museos, monumentos, ópera y galerías de arte) y cultura “popular” (como la música pop, el deporte y los parques temáticos). A medida que el mercado madura, también se va diversificando, creando nuevas oportunidades y retos. Todo indica que hay que revisar la imagen tradicional del “turista cultural” y de las propias ciudades. Por tanto, el turismo creativo significa fomentar la participación e interactividad del turista que suele desear ser viajero o sentirse local, desarrollando su potencial humano a través del aprendizaje, la creación o la exhibición de su talento mediante el formato de experiencias singulares basadas en “lo cultural” (Tresserras, 2013).

Hay que citar, por último, la estructura creada en 2004 por parte de la UNESCO bajo el nombre de “Red de Ciudades Creativas”, que según la actual secretaria general de esta entidad internacional “representa un potencial enorme para recalcar el valor de la cultura como acelerador del desarrollo sostenible, de acuerdo con el undécimo objetivo establecido en la Agenda 2030 (…) cuya vocación es estimular la cooperación internacional entre las ciudades miembros para hacer de la creatividad un motor de desarrollo urbano sostenible, de integración social y de vida cultural”. Las 116 ciudades del mundo provenientes de 54 países que en la última reunión de septiembre de 2016 en Östersund (Suecia), forman parte de la Red, trabajan juntas para alcanzar un objetivo común: posicionar la creatividad y las industrias culturales en sus planes de desarrollo a nivel local y cooperar activamente a través de la asociación entre ciudades a nivel internacional. La Red cubre siete campos creativos: Artesanía y Arte Popular, Diseño, Cine, Gastronomía, Literatura, Arte digital y Música. En este sentido hay que indicar que Denia (gastronomía), Barcelona (literatura) y Burgos (gastronomía) pasaron hace unos años a engrosar esta lista en la que ya se contaban otras tres localidades españolas: Granada en la categoría literaria, Sevilla en la musical y Bilbao en la de diseño. Hace unas semanas se presentó en la Agencia de Desarrollo Local de Alicante “Claves del estudio de los agentes y nodos de emprendimiento cultural y creativo de la ciudad de Alicante”, en la que se pone de manifiesto las grandes oportunidades para la economía local que presentan las industrias creativas y el turismo en la capital de la provincia de Alicante.

 

Antonio Martínez Puche, es profesor del departamento de Geografía Humana de la Universidad de Alicante y director del Máster Oficial de Desarrollo Local e Innovación Territorial (DELEITE-UA). Su artículo se enmarca en el curso de verano "Diplomacia de las ciudades", organizado por la Red de Casas en el mes de julio, en el que participó como conferenciante en las sesiones propuestas por Casa Mediterráneo.

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